Echo de menos

La arena de mataleñas entre los dedos, la sal del Cantábrico en el pelo. Salir del agua a las tres de la tarde, con el sol dominando en lo alto y que -una vez seca- el pelo mojado me refresque la espalda.
El paseo entre los Pinos hasta las dunas de Liencres, y la coca cola en el cazurro después de dejar la arnia. Que la subida de la marea elimine del todo la playa de los barcos y que la playa del sable se convierta en una piscina salada. 
Las olas que arrastran la piragua hacia las rocas al pasar la playa de los franceses, y ver pasar camellos por la playa de noja. Que caiga la noche en la Magdalena y lo que quede de sol te de en la espalda mientras vas de bikinis a peligros. 
El primer golpe de frío en el baño que culmina el paseo de la segunda a la concha, y quedar atrapado a un lado del espigón de piquio porque ha subido la marea. La gente jugando a las palas a los pies de la estatua del camello y al voley en peligros. 

  

Recorrer Santander a través de sus playas. Comer en la maruca un día de primavera, y hundirme hasta la rodilla en la orilla del puntal. Nadar hasta la canal y sentirte en el abismo, y pelear contra la modorra que da el calor para comprar agua en el segundo chiringuito. 

Ocultarse del viento en las dunas de somo y caminar hasta loredo entre surferos. Adentrarse al agua entre las rocas de la virgen del mar y dejar que la corriente te arrastre en san Juan de la canal. Ir en barco a molinucos y disfrutar de su agua transparente, y rodear el faro en la travesía de vuelta.
Empujar el bote en la punta del puntal y rodear las quebrantas buscando el mejor baño. Disfrutar de una siesta en paz en berria o en oyambre. El vaivén de las olas en la playa de los locos, o esperar los delfines en la playa de portio.

  

La arena fina, el agua fresca, la piel morena y el sol brillante. Echo de menos ser libre.