Lugares.

– Cañadio.

Juraría que ese verano tu espalda lucia lunares nuevos. Estabas más morena que nunca, y lo sabías. El también lo había notado. Me había costado solo media hora ubicarte desde mi sitio estratégico, a la derecha del primer árbol; pero como siempre, él te había encontrado primero.

Te miraba como quien mira la luz de junio. Como me temo que yo lo miraba a él. Se le veía concentrado, seguramente pensando qué decirte, soplándose el flequillo de vez en cuando como siempre que estaba nervioso. Y yo le dejaba hacer.

Habíais pasado de ser mi tortura a mi fascinación, y hacía años que seguía sus intentos frustrados de acercarse a ti.

Le costó una copa más armarse de valor, pero por fin reunió fuerzas, miró a ambos lados, y se dispuso a atravesar los escasos 20 metros que os separaban.

Pude ver llegar la tragedia a cámara lenta y cómo la anticipación del desastre iba cobrando poco a poco forma en su cara. Ya había levantado el brazo para llamar tu atención cuando de El Ventilador, copa en mano, salió quien me imagino sería el novio que te habías traído de Madrid; se acercó a ti y te dio un beso.

Nuestro pobre Quijote dio la vuelta sobre sus talones y volvió a la casilla de salida. Una ventana se había cerrado. Lo vi encogerse de hombros mientras se servía otra copa. Su gesto lo decía todo: «tal vez el año que viene».