A toro pasado

El último fin de semana del verano santanderino se ha ido para no volver, al menos hasta el año que viene. Este verano 2015 nos ha dejado sol en cantidades industriales, pero también noches en cañadio debajo de los paraguas.


Ha traido reencuentros y despedidas, se ha dejado por el camino un par de envidias y algunas decepciones, pero ha recuperado la ilusión de los viejos comienzos y las ganas de las nuevas aventuras. Ha tenido el detalle de regalarnoslo todo, noches de sofa y manta, tormentas de verano, viento sur a borbotones. Nos ha visto disfrutar de las noches en tirantes, y resguardarnos de la helada debajo de las sombrillas del ventilador, y eso nos ha llevado a discutir durante horas sobre si estaba siendo un buen o mal verano -nuestro tema de conversación preferido-.
Para los que nos adentramos en la mitad de la decena de los veintitantos, a punto de cruzar la tan temida barrera, los veranos comienzan a tener un aire diferente. La gente ya no acampa en cañadio de junio a septiembre, echas de menos caras distintas cada fin de semana, tus amigos se turnan para ir y venir de Madrid, las responsabilidades te llaman. El poco tiempo libre que nos dejan nuestras obligaciones hace que tengamos que hacer malabarismos cuando llega el viernes para aunar en un par de días todos los planes que no hemos hecho en los cinco anteriores. El dinero empieza a quemarnos los bolsillos y despierta nuestro ansia por viajar; cada vez más lejos, cada vez más tiempo.


Ha sido un verano que casi se ha antojado primaveral, como si de un fin de semana de mayo constante se tratara. A veces es mejor pensarlo de esta manera para no darnos cuenta de cuánto nos hace el trabajo perdernos.

Ha traido paz, y estrés al volante dada la afluencia de veraneantes. Hace que por las calles de Santander se oiga hablar cualquier lengua que no sea el castellano, ha llenado las terrazas y le ha dado a las playas otro color. Hemos tomado limonadas en la Terminal, y cenado en una treintena de sitios distintos, reservando con antelación – claro -. Ha habido caras diferentes los viernes por la noche, el BNS ha estado más lleno y a la vez más vacío que nunca. Pero no ha defraudado, a veces solo con esperar a esa canción que te desconcierta pero te hace venirte arriba se puede pasar la noche.

Nos ha dejado festivales y conciertos, helados de medianoche y copas de mediodía. Pero sobretodo, desde luego, nos ha dejado con ganas de más. Más ganas de olvidarse del mundo sentado en la arena, más de reirse a carcajadas del tiempo que pasa deprisa. De vivir el presente y olvidarse del mañana. Brindemos porque la filosofía veraniega nos acompañe siempre, y volvamos el año que viene con ganas de más, que apenas quedan 270 días para el próximo verano.

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